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Antártida
EXPLORACIÓN - EXPEDICIONES
Ernest Henry Shackleton 1914 - 6ª parte
l 15 de mayo de 1916, Shackleton, Crean y Worsley salieron a la aventura. Subieron pesadamente heladas cuestas y glaciares hasta alcanzar una altitud de 4.500 pies. Mirando atrás podían ver una espesa niebla que les seguía en su ascenso. No disponían de sacos de dormir, así que era obligado bajar a una cota menor antes de que cayese la noche. Hallaron una pendiente nevada muy acusada, y como si fueran niños se lanzaron por ella deslizándose con sus cuerpos; en sólo 2 ó 3 minutos habían descendido 900 pies. A las 6 de la tarde hicieron una comida, una hora después la oscuridad era total. Aproximadamente dos horas después, una luna llena apareció tras las dentadas cimas iluminando la senda.
A medianoche estaban de nuevo a una altitud de unos 4.000 pies. A la 1 de la mañana volvieron a tomar algo caliente que renovó sus fuerzas. Poco después de emprender la marcha se toparon con otro glaciar, y como no se detuvieron en toda la noche se cansaron terriblemente. A las 5 de la mañana estaban tan exhaustos que se sentaron al abrigo de una roca, se abrazaron todos juntos para guardar el calor y en un minuto Worsley y Crean estaban dormidos. Shackleton se dio cuenta de que eso sería desastroso; si todos se dormían no sobrevivirían. Tras cinco minutos de descanso Shackleton los despertó y les obligó a continuar. A pocos cientos de metros, cuando ya no podían doblar sus rodillas, se alzó ante ellos una cadena montañosa; al otro lado se encontraba la bahía de Stromness.
A las 6 de la mañana encontraron una entrada, y con los cuerpos destrozados por el cansancio pero ansiosos emprendieron la etapa final. Tras salvar las formaciones rocosas de Huvik Haracur, apareció la temprana luz del alba. A las seis y media de la mañana, Shackleton creyó oír el sonido de los vapores balleneros que salían a la mar. La bahía Stromness estaba ante ellos, pero a pesar de encontrarse tan cerca aún no acabarían las penalidades. Precipicios, pendientes imposibles y planicies nevadas donde se hundían hasta las rodillas, agotaba a los hombres hasta la desesperación, que veían como sus últimos metros se hacían interminables. A la una y media de la tarde habían salvado la última cima, pero aún tuvieron que descolgarse con sogas por una cascada de 30 pies, para evitar tener que dar un rodeo de 5 millas. Hambrientos y estremecidos por el frío caminaron casi arrastrándose, para cubrir la milla y media que les quedaba hasta la estación ballenera.
Cuando finalmente llegaron, la imagen que presentaban era penosa. Sus barbas y cabellos largos y sucios parecían espartos, y las ropas estaban andrajosas después de no haber sido lavadas en un año. En su camino encontraron dos niños a quienes preguntaron donde estaba la casa del gerente, pero ellos no contestaron y salieron corriendo tan rápido como sus piernas les permitían. Al llegar al muelle, el encargado les llevó a la casa del gerente, no sin tener que dar explicaciones, ya que el aspecto de los hombres no infundía confianza alguna. El Sr. Sorlle, el gerente, no reconoció a Shackleton hasta que éste se identificó y relató lo que había ocurrido, así como las penalidades que tuvieron que sufrir para llegar hasta allí. Después de comer, lavarse y afeitarse Worsley marchó a bordo de un ballenero a recoger a los compañeros que se habían quedado refugiados bajo el James Caird, al otro lado de las montañas. Entretanto, Shackleton preparaba ya el proyecto de rescate de los hombres de Isla Elefante.
A la mañana siguiente, Shackleton, Worsley y Crean partieron en el ballenero noruego Cielo del Sur para isla Elefante. A 60 millas de la isla el hielo forzó al barco a retirarse a las islas Falkland. Entonces el gobierno de Uruguay prestó a Shackleton el barco Instituto de Pesca, pero una vez de nuevo el hielo impidió la entrada. Marcharon entonces a Punta Arenas, donde residentes británicos y chilenos donaron a Shackleton suficientes fondos para fletar la goleta Emma. A 100 millas al Norte de la isla Elefante la caldera auxiliar se averió; un cuarto intento sería necesario. Esta vez el gobierno de Chile prestó a Shackleton el vapor Yelcho, al mando del Capitán Luís Pardo.
El 30 de agosto de 1916 Marston, uno de los hombres confinados en isla Elefante, divisó el Yelcho en un claro entre la llovizna y empezó a gritar; los demás hombres pensaron que anunciaba el almuerzo. "¡Wild hay una nave!" gritó, "¿no deberíamos hacer una señal luminosa?"
Derribaron inmediatamente la lona que les cubría y empaparon ropas con el último combustible que les quedaba, a continuación prendieron fuego a todo; el barco enseguida se dirigió al lugar. Blackborrow, que no podía andar por las amputaciones de sus dedos, fue llevado por sus compañeros a una roca alta y se mantuvo allí arriba en su saco de dormir; no quería perderse ni un detalle de la llegada de sus rescatadores. El Yelcho se acercó con Shackleton de pie en la proa gritando a Wild "¿Estáis todos bien?", Wild respondió "Todos estamos bien". Entonces Shackleton, satisfecho y feliz como nunca en su vida exclamó "¡Gracias a Dios!". Una hora después, encabezaron todos juntos el viaje hacia el Norte. El mundo no había tenido noticias de ellos desde octubre de 1914. Habían sobrevivido solos en isla Elefante 105 días.
Increíblemente no se perdió ninguna vida, sin embargo, en la otra expedición de apoyo a bordo del Aurora que se encontraba al otro lado de la Antártida, en el Mar de Ross, tuvo peor desenlace. Al llegar la primavera aun continuaban estableciendo depósitos de suministros en el interior, ignorantes de la suerte de Shackleton y sus hombres al otro lado del continente. En el proceso de regreso al Mar de Ross, uno de los miembros del equipo murió de escorbuto. Más tarde otros dos intentaron retroceder a cabo Evans a través de una placa de hielo formada recientemente, pero nunca más se les volvió a ver. Finalmente, el Aurora consiguió rescatar al resto del equipo en enero de 1917.
En 1921, Shackleton se vio de nuevo arrastrado por la atracción del Antártico y proyectó una nueva expedición para trazar 3.200 km. de litoral y efectuar observaciones meteorológicas e investigación geológica, adquiriendo para ello el Quest, un navío de 200 toneladas construido en Noruega. Entre sus compañeros de viaje figuraba el inseparable Frank Wild, que ya estuviera con él en su anterior expedición. El Quest salió de Plymouth el 24 de septiembre de 1921, llegando a Grytviken (Georgia del Sur) el 4 de enero de 1922. En la noche del 4 al 5, Shackleton murió repentinamente a consecuencia de una angina de pecho. Mientras el Quest continuaba su viaje al mando de Wild (que continuó sus trabajos con buenos resultados), el cadáver del malogrado explorador fue transportado a Montevideo para trasladarlo desde allí a Inglaterra, pero su viuda manifestó el deseo de que su marido fuese enterrado en las Georgia del Sur, estimando que hubiese deseado reposar en los lugares que habían sido teatro de sus más famosas hazañas; fue enterrado en la iglesia de Grytviken.
Shackleton ha sido considerado como el director de expedición más seguro, tanto para sus hombres como para sí mismo. Sin duda será recordado como uno de los hombres más valientes y con más coraje de todos los exploradores antárticos.